18 de enero de 2017

Carta tres


Hola,

Otro día más que me siento delante de esto, ansioso por dirigirme a ti y contarte todo lo que pasa por mi mente. Llevo todo el día deseando hacerlo y no he podido esperar más... Eres mi nueva rutina.

Me encantaría poder contarte muchas cosas, todo lo que pasa y todo lo que siento a lo largo del día: lo feliz que he sido, la gente nueva que he conocido, lo fantástico que es mi vida o la ilusión que me ha producido encontrarme un euro en unos pantalones que tenía guardados. Pero no es así, no soy capaz de poder contarte esas cosas porque no soy feliz.

La felicidad era ese estado de ánimo que tu me producías cada vez que me esperabas en el marco de mi puerta, cada vez que me sonreías o cada vez que me hacías reír. Eso era mi felicidad, pequeños detalles insignificantes que me hacían olvidarme de todo y me transportaban a ese lugar donde solo existíamos tu y yo.

No paro de pensar en qué hubiese pasado si tu no te hubieras cruzado en mi camino. Seguramente, seguiría siendo aquel chico de ojos marrones y mirada perdida que vagabundeaba por las calles de alguna parte, intentando encontrar el sentido a su existencia, preguntándose el valor de la vida y la escasa importancia que tenía la vida en una sociedad ensimismada en los problemas de unos pocos.

A día de hoy, seguiría sentado en aquel banco junto al muro, balanceando mis pies sobre el suelo e intentando batir mi récord de aguantar la respiración. A un lado seguiría mi mochila con una toalla que jamás pisaría una piscina, una cartera con dinero que nunca pagaría los refrescos de nadie y una libreta y un bolígrafo para tomar notas de lo bien que se lo pasa la gente mientras tu eres desdichado.

La gente seguiría pasando a mi alrededor, sin darse cuenta de lo que pasa a los lados y arrojando cáscaras de pipas por doquier sin importar a quién les cayese. La brisa de la montaña seguiría poniéndome al piel de gallina hasta el punto que me haría estornudar y, en ese momento, sabría que habían pasado cuatro horas y que tenía que volver a casa.

Cruzaría el hall de casa, directo a las escaleras y subiría a mi habitación, a escuchar risas y bromas de gente pasándoselo bien debajo de mi ventana, mientras que yo estaría tumbado en la cama deseando tachar un día más en el calendario y calculando cuando faltaba para que todo acabase. "Un día menos para desaparecer del mapa, ya estoy un paso más cerca de terminar este calvario", sería la frase que se repetiría en mi cabeza una y otra vez.

Si tu no hubieras aparecido... Seguramente hoy no estaría aquí escribiéndote estas líneas, contándote como me has cambiado la vida y como me la sigues cambiando, a pesar de que ya no estas cerca de mí.

Solo tu, eres capaz de hacerme inmensamente feliz e infeliz al mismo tiempo, dándome razones por las que seguir en pie mientras que eres la única razón por la que no seguirlo. Pero tu siempre has sido así, no puedo culparte, y aprendí a vivir con ello desde que te conocí.

Ahora, siento que he dejado muchas palabras importantes sin decirte y que jamás te podré decir, sentimientos que no fui capaz de expresarte y que se han perdido para siempre... Cosas que me perseguirán hasta el final de mis días.

Siento que te estoy fallando, tu nunca has querido verme así, pero es imposible no estarlo. Tu has sido la razón de mi existencia, mi motivo para enfrentarme al mundo, pero desde que no estás a mi lado, creo que no quedan razones para levantarme un día más.

Cuídate, aunque se que lo harás. Yo tan solo me conformo con saber que sigues al otro lado y que no te has olvidado de mi. 

Te echo de menos.

No hay comentarios: